Francis, vecino, amigo, compañero... Gracias por tenerme presente en tus plegarias (sea la advocación que sea ante la que las haces), por pedir también para mí luz y fuerza. Sabes más que de sobra que tú también lo estás en las mías.
Gracias por ser mi compañero de viaje, de camino, de paseo, de peregrinación...
Y gracias por esa frase tan genial, que cada día ronda mi cabeza en algún momento (¡¡¡NUNCA LA OLVIDES!!!): "Los ojos en María, las manos al papel"
Querida Pregonera, amiga y compañera:
Hace tanto tiempo de tu entrada que casi me da vergüenza responder yo tan tarde. Sin embargo me es imposible no hacerlo y darte mil veces las GRACIAS por ese artículo tan lleno de emoción que arrancó en mí y en los míos las primeras lágrimas por estar en el cargo.
Tú mejor que nadie sabes lo importante de su cometido, el peso que conlleva. Como dices (yo también los contaba cada día) fueron 16 escalones los que nos separaron durante toda nuestra vida. La escritura nos unió y hoy es la devoción, el fervor y la pasión por María la que nos une. Y digo une, porque nunca dos pregoneros ruteños estuvieron tan cerca.
En nuestra última conversación descubrimos muchas cosas de esa cercanía que a veces roza un irónico paralelismo. En las próximas, porque nos quedan algunas, nos contaremos más: sonrisas y lágrimas. Creo que eso también nos une.
Inma, compañera de camino, peregrina pregonera, que en tu romería, cuyo destino tendrá, estoy seguro, bellísimo y digno resultado, la Virgen te acompañe. De mi paseo tranquilo, junto a ti, puedes estar segura.
Sólo podemos aspirar a aquello que cantaba la Jurado en una preciosa canción dedicada a la Virgen del Rocío: “Dame tu mano, que no me caiga”. Cada vez que visito a María en su santuario (sea cual sea su ermita) le digo lo mismo: Madre, dame tu mano, que no me caiga. Y si lo hago, ayúdame a levantar. Siempre las mismas palabras a las que ahora sumo: Y acuérdate de los pregones de este año, Madre: alúmbranos; danos un resquicio de luz en la oscuridad del mundo para cantarte.
Porque siento tu pregón tan hermano al mío, como yo me siento cercano a ti.
De nuevo y siempre, mil Gracias por tus palabras que dan un abrazo sin manos y un empujón necesario.
Espero el próximo café pronto. Antes de que se me olvide este último.